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9 ene 2011

Las Garras del Demonio - Cap 0

The Fall of The Damned (La caída del Maldito)


Las calles estaban desiertas, recorridas solo por el aullante gélido viento, que hacía desertar a cualquier valiente que se atreviese a salir fuera aquella noche oscura.

Pero una valiente figura, arrebujada en su abrigo negro, desafiando la frialdad de esa noche de invierno. Pero la figura no notaba el frío, pero aún así temblaba de nerviosismo, convulsionándose contra su voluntad. Sus ojos, oscuros y opacos, parecían no tener vida, como si no estuviese en aquel mundo.

Llegó a un oscuro callejón, donde las ratas chillaban, comiendo la basura caída, ignorando a la figura que pasaba entre ellas. Al fondo del callejón había una puerta oscura, débilmente iluminada por una farola lejana. La figura llamó a la puerta, y poco tiempo después, un hombretón corpulento, calvo, al verle esbozó una terrible sonrisa complacida, e hizo pasar a la figura.

Dentro, hacía un calor infernal, procedente de la calefacción central, que intentaba combatir el frío de fuera. El calor obligó a la figura a quitarse el abrigo, dejando ver su rostro y su cuerpo.

Era un hombre bastante joven, de piel pálida y aspecto demacrado, negros ojos muertos, sus músculos se convulsionaban con violencia. A pesar de ello, vestía un traje hecho a medida, de corte elegante. Una camarera vestida únicamente con un delantal, que dejaba poco a la imaginación, le guió hasta una mesa en una esquina, oculta tras una oscura cortina traslúcida. Había otras mesas así, donde se veía tanto a hombre como mujeres, practicando vicios prohibidos. Después de todo, aquella era La Casa de los Vicios. Una vez que cruzabas la puerta, la ley y el mundo quedaban al otro lado.

La camarera le preguntó amablemente que deseaba, aunque ella ya lo sabía. Aquel hombre era ya un viejo conocido del lugar, y siempre pedía lo mismo. Se marchó en busca de lo que le había pedido, dejando al hombre solo, con sus convulsiones, provocadas por un ya viejo conocido Síndrome de Abstinencia.

La camarera le trajo una bolsita de plástico, que contenía un polvito blanco, dejándola sobre la mesa. El hombre le ofreció la primera raya, pero ella se negó con una sonrisa y se fue.

Porque ella sabía lo que hacía, sabía que aquel hombre se destruía poco a poco cada vez que venía. Ella no deseaba volcarse en ningún vicio, esquivando las tentaciones como podía. Porque, aquel que vive en el infierno, conoce todos los pecados.

El mundo ya es simplemente un infierno. Dicen que controlan... Todos saben lo que es... El diablo espera, aguarda a que uno se duerma y se relaje, pero todos sabemos lo que es. Todos caemos en las garras del demonio alguna vez.

1 comentario:

  1. Bichilla!! Tanto tiempo *le salta a abrazarla* No te asustés, soy yo, villa... Extrañaba esta historia. Decime que seguirás publicándola *-* Se te extraña bichilla

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