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24 ene 2011

Las Garras del Demonio - Cap 2

Sloth

El irritante sonido de un móvil laceró los oídos del hombre que dormía pesadamente en un cómodo sillón de una desordenada oficina. El hombre balbució un gruñido ronco mientras encendía la luz de la lámpara de la mesa de metal. Descolgó el móvil intentando abrir sus ojos oscuros.

-¿Sí?

-El jefe quiere verte.-respondió una voz seca al otro lado del teléfono. El hombre conocía muy bien aquella voz seca. La voz seca colgó inmediatamente después.

El hombre se levantó irritado del sillón cogiendo su chaqueta de cuero del respaldo, marchándose de la oficina.


El hombre cruzó las calles frías hasta un sucio callejón poblado por ratas, dirigiéndose a una puerta mal iluminada al fondo del callejón. Abrió un portero de ojos fríos que le hizo pasar al interior, pero no entró al local, sino que subió por unas escondidas escaleras laterales hasta toparse con una figura que leía una revista en el sillón de una pequeña sala de espera.

-¡Lust!-exclamó con una falsa sorpresa.- Tú por aquí…

-Sloth, no tientes a la suerte… Aún…-le advirtió Lust con una sonrisa pervertida.

Sloth no quiso entrar en el peligroso juego de Lust. Lust era uno de los miembros más apreciados del jefe, tanto por sus impecables y eficientes métodos como por su discreción.

-¿Está ocupado?

-En este momento no.-le respondió con una mirada fría.- Pero date prisa. Pronto amanecerá.

Sloth asintió gravemente y se colocó frente a la puerta negra, pasándose de manera inconsciente una mano por su cabello oscuro antes de abrir.


Entró en una habitación de modestas dimensiones, cuyas paredes anaranjadas provocaban una desagradable sensación de incomodidad y repulsión. En el centro de la habitación había una silla negra de aspecto incómodo, y frente a ella, una mesa barata de madera tras la cual un hombre de unos cuarenta y cinco inviernos escribía algo que Sloth no alcanzaba a ver. El cabello del hombre estaba salpicado de mechones plateados. Alzó la mirada de unos inquietantes ojos grises y esbozó una sonrisa, dejando ver unos perlados dientes blancos. Era un hombre corpulento, cuya presencia era imponente.

-¡Sloth! Veo que has venido para variar.-dijo con una sonrisa burlona.- Siento despertarte, pero tengo que encargarte un trabajo.

-Usted ordena, jefe.

-Esta mañana, tu departamento recibirá la noticia de la muerte de Jack Abel, muerto en un hotel por sobredosis mientras hacía una "transacción" con una puta llamada Laura Smith… Ya te imaginarás el resto.

-No sé para que me llamas. Lust nunca deja huella.

-Ya sabes que nunca me gusta dejar cabos sueltos por ahí… Además, puedo ofrecerte un ascenso.-le prometió este con voz tentadora.

Sloth enarcó una ceja. Su jefe sabía perfectamente que no le interesaba un ascenso. No le gustaba trabajar y su trabajo era demasiado cómodo para cambiarlo por un ascenso a un puesto de responsabilidad.

-Ya sabes cual es mi respuesta, Blitch.

-De acuerdo.-rió este, sacando un maletín pardusco de aspecto vulgar de debajo de la mesa.- Tenía que intentarlo. Aquí tienes: siete mil, libres de impuestos y a salvo de Hacienda… ¿Has conseguido lo que te pedí?

Este le respondió con una sonrisa orgullosa mientras sacaba un CD de un bolsillo interior de su chaqueta y lo dejaba encima de la mesa.

-Bien…-musitó el jefe con una sonrisa algo siniestra.

-Siempre me he preguntado algo. ¿Alguna vez no has indagado en la vida de la gente con la que tratas?

-Nunca.-le respondió Blitch, mientras descargaba la información del CD a un ordenador portátil que acababa de sacar.-La gente puede volverse contra uno, y siempre es mejor tenerlos bien atados.

Sacó uno que ni siquiera había salido aún al mercado. No tenía conexión a internet, para evitar hackers e invitados no deseados. Además, era imposible entrar, a menos que fueses la persona indicada. Dentro estaba la información de la vida privada, de los secretos de la Ciudad. Secretos que mantenían en su sitio a aquella gente que trataba con Blitch y su gente.


Blitch le despidió con un leve gesto de la mano y Sloth salió de allí con el maletín colgando de la mano. Se encontró de nuevo con Lust en la sala de espera.

-Veo que has cobrado.-observó esta con un deje burlón.

-El jefe intentó ascenderme, y yo lo rechacé… Yo no soy como Greed. No me interesan esas cosas.

-Supongo que te comprarás un colchón nuevo.-rió Lust.

-Ja.-gruñó Sloth con una risa sardónica.

-¡Oh, no te enfades!

Sloth suspiró hastiado y se marchó con un leve gesto de despedida. Salió del local, caminando bajo un cielo oscuro con ligeros brochazos de azul, hasta llegar a un barrio de casas unifamiliares, con bellos jardines esmeraldas y vallas claras. Cruzó el césped de una casa blanca de tejas oscuras, mojándose los pies con el relente del césped mojado. Entró silenciosamente en la casa, y con sigilo entró en una puerta que llevaba al sótano. Era un enorme sótano de paredes grises, con una lavadora y una secadora, además de un pequeño espacio usado como trastero. Movió la lavadora, donde había una caja fuerte. La abrió usando la clave numérica y la llave que colgaba en su cuello. Vació en su interior el contenido del maletín y se marchó, volviendo a ocultar la caja fuerte tras la lavadora.

Dejó el maletín vacío en el salón y cuando se disponía a ir a la cocina, una mujer de cabellos dorados bajó las escaleras envuelta en un suave batín rosa. Sus exóticos ojos almendrados le miraban con fiereza.

-Hoy no has venido a dormir, Erik.-le increpó la mujer.

-Lo siento, Sam.-se apresuró a disculparse Sloth.- Tenía mucho lío en la oficina.

La mujer se acercó a él y le ayudó a quitarse la chaqueta de cuero.

-¿Y los niños?

-Durmiendo. Aún quedan dos horas hasta que se despierten.

-¿Qué tal si hacemos algo mientras esperamos?-sugirió Sloth (conocido como Erik) con una sonrisa pícara.

Samantha le devolvió la sonrisa. Sloth, conocido realmente como Erik Lee, policía, agarró a su mujer y la subió en brazos por las escaleras mientras la besaba con cariño y suavidad.

Erik amaba a su esposa igual que el primer día que sus miradas se cruzaron en un Café de la Calle Central. Pero, a pesar de ello, ella desconocía la otra parte de su esposo.


Erik acarició la suave piel de su esposa, mientras le dirigía una mirada tierna y dulce. Sam sonrió y se arrebujó un poco más cerca de él.

-Ojalá no tuvieras que ir por las noches a trabajar.-suspiró Samantha con resignación.

-Sabes que no tengo otra opción… Hoy me han ofrecido un ascenso y lo he rechazado.

-¿¡Qué!?-exclamó Sam, entre asombrada y enfurecida.

-Un ascenso habría supuesto más tiempo lejos de vosotros… Y nada me hará cambiar eso…-le susurró con ternura al oído.

Sam se apaciguó un poco y le abrazó. Entonces sonó el desagradable sonido del despertador, rompiendo el romanticismo del ambiente. Sam se levantó de la cama, cogiendo a Erik de la mano, obligándolo a levantarse, y le condujo a la ducha con una sonrisa traviesa.

Erik se turbó al pensar en el desagradable trabajo que tenía que realizar a espaldas de ella. Recordó cuando entró en la Policía, tan lleno de ideales, pero finalmente la Pereza se impuso, y sabía que era mejor trabajar para un pez grande que se come a los peces pequeños, que pelear contra todos los peces del mar. La Pereza pudo con él, y por ello se llamaba Sloth, que significaba Pereza.

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